El fútbol es una suerte de metáfora de muchas cosas cotidianas de la vida. Siempre se dice que casi cualquier ocurrencia se puede explicar con fundamentos emocionales y técnicos que tiene el fútbol.
Dentro y fuera de la cancha.
Incluso el filósofo francés Jean-Paul Sartre, que hablaba del existencialismo, afirmó alguna vez que “el futbol es una metáfora de la vida”
“Vos pégale fuerte y al medio”. Para patear un penal o para encarar una decisión difícil. Nos anima a enfrentar con determinación cualquier obstáculo que se presente.
“Hay que sudar la camiseta y jugar con los dientes apretados”. Aplica tanto para una arenga de vestuario como para una reunión de oficina.
“Dale que alguna te va a quedar”. Sirve para un partido cerrado y también para alentar a un amigo a que ya se saldrá de un momento duro. Siempre hay esperanza.
“Bajar la pelota”. Cuando hay que aguantar. En un partido complicado y en la vida misma.
“Estuvo divino como un gol en la hora”. Una frase que no necesita explicación.
“Quedaste en orsai“. “Qué golazo te mandaste”. Y la lista puede ser eterna. La vida tiene cosas del fútbol y el fútbol tiene cosas de la vida.
Nada es más importante que la vida. Pero sí una certeza: lo más lindo que el fútbol y la vida tienen en común es el poder del vínculo.
Y eso es una definición que calza a la perfección para explicar el de padre e hijo. La razón y el corazón. Podrá pasar por momentos malos, partidos cerrados, goleadas en contra, rachas adversas, por enojos, derrotas de bronca, frustraciones y miedos…
Pero el vínculo padre e hijo es como el sentimiento por los colores: una pasión que no cambia y un amor para toda la vida.